Peter Zumthor premio Pritzker


El Pritzker ha vuelto a premiar a un solitario. El jurado lo ha descrito como un "creador de lugares más que de simples edificios", pero Peter Zumthor (Basilea, 1943) fue ebanista antes que arquitecto. Y esa huella está presente en todos sus edificios. Incluso en los que no son de madera. Hijo de carpintero, estudió diseño en el Pratt Institute de Nueva York antes de convertirse en arquitecto. Allí quedó fascinado por el movimiento moderno. Y decidió reparar sus errores: incorporarle calidad. Y calidez.

Las Termas de Vals (1996), en su país, es su edificio más admirado. La ansiada unión entre abstracción moderna y cualidad artesanal logra en estos baños un exterior preciso, en el que la piedra está cortada como los ladrillos de las termas romanas, y un interior litúrgico con chorros de luz natural.

Con todo, él guardaba otro as en la manga: no lejos de los Alpes, en Bregenz (Austria), estaba levantando el Museo de Arte de la ciudad: un prisma envuelto en muro cortina, traslúcido y fragmentado, que parece suspender el edificio en la esquina de una ciudad medieval. Evidentemente, se trata de uno de esos centros que atraen más visitantes por el contenedor que por el contenido.

Tal vez por eso, la arquitectura de Zumthor representa para la mayoría de sus colegas la autenticidad. Y sin embargo, cada uno de sus escasos proyectos tiene una altísima, y pulidísima, carga formal. Sus esmerados edificios, cuidados al milímetro, pensados a partir del material e ideados para no molestar en absoluto y, sin embargo, para sorprender también de muchas maneras, son, sin duda, espectaculares.

"No hay ideas más que en las cosas". A Zumthor le gusta citar el aforismo del poeta médico William Carlos Williams. Reconocer que el material es una clave arquitectónica, por encima de valores más consensuados como la luz, se suele tachar de retrógrado. Pero Zumthor insiste, como los antiguos escultores, en que en el material está encerrada la forma. Y demuestra cuán subversivo puede llegar a ser analizar la tradición y tratar de mejorar esa herencia. Aunque asegura no hacer edificios para los ojos, sus proyectos invitan a la vista tanto como al tacto. Y en esa extraña lectura táctil es la piedra, la madera o el hormigón quien habla. En 2007 construyó una cabaña primitiva con más de cien troncos gigantes. Sobre esa tienda vertió hormigón. Cuando fraguó, quemó los troncos. El cemento de la capilla del hermano Klaus en Mechernich (Alemania) logró una calidez inesperada. También en 2007 recuperó las ruinas de una iglesia gótica, destrozada por un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial, para levantar en Colonia el Museo Kolumba, un inmueble sin edad, pero con una densa historia.Premiar a Zumthor es inyectar credibilidad a un galardón, el mejor dotado y el principal premio que puede recibir un arquitecto, que en los últimos años parecía estar más pendiente de asociarse con la tendencia del momento (Thom Mayne) o de no herir a olvidados (Richard Rogers), que de reconocer a quienes lo merecen. Premio doble para el Pritzker y para el carpintero suizo, aunque, de justicia es reconocerlo, el Premio Imperiale japonés supo verlo antes. Zumthor lo obtuvo en 2008 tras lograr el Mies van der Rohe en 1998 cuando, como hoy, apenas había levantado un puñado de edificios. No relaciona el triunfo con el número de proyectos: "Quiero ser el autor de todos mis edificios", ha declarado. En los momentos de mayor ajetreo, veinte personas le ayudan en su estudio.

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